Paula se curó de la anorexia: «Comencé a vivir a los 31 años»

Es un trastorno de la conducta alimentaria grave que afecta a cada vez más adolescentes. En la región, advierten especialistas, se atienden casos de chicos desde los 12 años. La familia “es clave” para detectar señales y síntomas de la enfermedad. Paula Escaris, una joven empresaria de Roca, contó su experiencia.
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No empieza de un día para el otro. No empieza por culpa de un espejo. Tampoco por lo que marque con precisión tirana una balanza. Y mucho menos por un capricho. Por unos kilos de más o de menos. Porque la anorexia es una enfermedad compleja, que tiene relación con la comida pero no empieza ni termina en ella. Y las consecuencias pueden ser dramáticas.
En el país, los casos siguen en aumento desde los últimos años y en la región encuentra otro frente de preocupación: este trastorno aparece con más frecuencia cada vez en chicas y chicos desde los 12 años, alertan los especialistas.
¿Qué es la anorexia? Es un tipo de Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), una enfermedad mental seria con morbi-mortalidad médica y psiquiátrica que puede poner en riesgo la vida, independientemente del peso de la persona. Generan consecuencias físicas y emocionales importantes, explica la psicóloga Débora Castillo, integrante de un equipo especializado en TCA de Cipolletti.
Círculo vicioso
Paula, una joven empresaria y mamá de dos hijos, se convirtió en un nítido reflejo de todo lo que esta enfermedad puede arrastrar si no se le pone un freno a tiempo. La sufrió desde los 16 -cuando sucumbió ante un círculo vicioso de atracones, vómitos, más comida y culpa- hasta los 31 cuando pudo decir ‘basta’ para empezar a curarse.
Paula Escaris ya no es adolescente. No es una chica menudita ni temerosa. Ni llegó a estar con la piel en los huesos. Pero la pasó muy mal.
Hoy tiene 34 y pesa 65 kilos. Lo dice con confianza y seguridad, porque es el peso que hoy la mantiene saludable y felíz.
La anorexia no la dejó vivir durante los primeros 30 años de su vida: “Mi vida comenzó a los 31 años, ahora me siento una persona mentalmente sana”, lamenta, pero sonríe, porque sabe que le queda mucho por delante. Porque hoy es consciente de que fue anoréxica, pero ya tiene un alta temprana tras años de tratamiento.
Solo en la región, los especialistas advierten que por cada alta otorgada, ingresan hasta 10 nuevos pacientes.
¿Cómo suele empezar todo? En la adolescencia, y cada vez más temprano. De la mano de emociones que ‘vienen y van’, miedos e inseguridades. Imágenes, espejos, estereotipos que reflejan un ser falso e irreal. Temor a quedar ‘fuera’ de todo.
“Es una patología social”, explica Mabel Bello, fundadora de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia en Argentina, “después se vuelve alimentaria, y afecta a una población susceptible que tiene como característica principal, problemas con la comunicación o problemas con las emociones. Toman la comida como una vía de escape del contacto social”, detalla la presidenta de ALUBA, que desde hace 33 años trabaja en patologías alimentarias.
El sueño a los 16: bajar de peso
«Yo empecé a los 16 haciendo, por mi cuenta, una dieta que era conocida hace años, la Scardale. Pesaba lo mismo que ahora y quería bajar de peso. Era una dieta terrible que no te permitía comer más que proteínas y verduras. En solo 15 días bajé 7 kilos y en vez de parar, seguí y seguí durante meses. Llegué a los 52 kilos», cuenta Paula, dueña de una panadería en Roca.
Poco tiempo pasó hasta que llegaron los atracones y los vómitos. “No la podía sostener”, confiesa. También hubo laxantes y largas jornadas de ejercicio extenuante.
Sus padres comenzaron a advertir conductas extrañas y Paula inició una terapia psicológica.
A los 20 años quedó embarazada, tuvo su primer hijo y cuatro años después llegó su hija. «Todo fue normal, me pude controlar, pero a los 28 me separé y empecé a tener nuevamente, sin darme cuenta, conductas autoexigentes, de querer tener el control todo el tiempo, a preocuparme por mi apariencia. Trabajaba muchas horas, me salteaba comidas y me comprometía con muchas actividades que después no cumplía”.
Las emociones la controlaban. “Era totalmente inestable, la anorexia es un problema que involucra las emociones. Hasta que empecé un curso de coaching ontológico y allí una de las entrenadoras se dio cuenta de lo que me pasaba, porque había pasado algo similar con su hija y me ayudó. Me empecé a tratar con un grupo de médicos y ahí fue donde por primera vez dije ‘basta’, ‘no puedo más’ y eso me abrió la posibilidad de sentir que me quería curar”, relata.

“Un alma sin vida”
“Llegué a los 30 años con desconexiones de todo tipo, con la vida. No pagaba mis cuentas, me llené de deudas, no pagaba el alquiler, gastaba compulsivamente en ropa… Me sentía un alma sin vida”.
Paula debió abandonar su trabajo, dejar la casa donde vivía para mudarse nuevamente con sus padres, junto a sus dos hijos. Y empezar de cero. Otra vez. Aprender a comer, cumplir con el tratamiento a rajatabla, mantener la terapia.
«Fueron meses largos de recuperación… sentí que era la hermanita de mis hijos. Me llevaban, me traían. Cuando la médica le dio el diagnóstico a mi papá fue devastador: le dijo ‘su hija tiene la cabeza quemada’, ‘no tiene conexiones mentales’. Me dijeron que la falta de nutrientes básicos en épocas tempranas de mi vida, terminaron afectando mi cerebro. Llegué a tal punto que no podía valerme por mí misma”.
“Ahí me di cuenta -añade la joven- que no me sentaba a comer con mis hijos. Me di cuenta que repetía el patrón de mi mamá conmigo, ella se cuidaba porque tenía exceso de peso y proyectaba en mí sus temores. En la clínica me reeducaron, a nivel alimentación, salud mental, me brindaron herramientas, me devolvieron la confianza”, resume aliviada.
Ahora vive tranquila, aprendiendo y disfrutando el “día a día”, dice, y sonríe en paz: “hoy sé reconocer los signos de alarma y eso es lo que me interesa transmitir: que lo importante es estar alertas y darse cuenta porque los patrones de la anorexia se repiten. Y una vez que aparecen hay que buscar ayuda”.
Cada vez más chicos y con riesgo de vida
Débora Castillo, integrante de Jóvenes Salud Integral, Equipo de Trastornos de la Conducta Alimentaria, advirtió que durante los últimos años se han acrecentado y complejizado estas patologías, “llegando a la consulta adolescentes cada vez más chicos (de entre 12 y 15 años), y adultas jóvenes (de entre 23 y 40 años), con cuadros graves que ponen en riesgo la vida. Las consultas de adolescentes varones también se han acrecentado”.
“Es una patología -agregó la psicóloga- que se complejiza en simultáneo a la complejización de las cuestiones sociales, donde predomina el culto a la imagen, vivimos en la cultura de la inmediatez, donde los adolescentes tienen acceso a “todo”, pero con grandes sentimientos de vacío, soledades, angustias, y es allí donde el deseo de desaparecer se hace presente, pues subjetivamente existimos porque hay otro que nos da existencia desde su deseo”.
Los TCA son patologías de salud mental, donde luego de sacar al paciente del riesgo de vida que puede generar su conducta con la comida, hay que trabajar en los vínculos. Es el lazo socio-afectivo lo que está dañado, y es importante re-establecerlo, para que ese adolescente sea capaz de elegir, de tener autonomía”.
El otro drama: los adolescentes ‘poliadictos’
Mabel Bello, la presidenta de la Asociación de Lucha Contra la Bulimia y Anorexia (ALUBA) confirmó que tampoco son aislados los casos de varones con trastornos alimentarios pero además sumó otro dato que dispara el alerta: la cantidad de jóvenes “poliadictos’. Chicos que suman a su patología de desorden alimentario y fragilidad en el cuidado de sus cuerpos, alcohol y drogas.
La especialista destacó la necesidad de que se impulsen políticas públicas de información y prevención porque las edades en que los jóvenes ingresan a las adicciones “siguen bajando abruptamente”.
La mirada de la especialista
El rol de la familia (*)
El papel de la familia es fundamental para ayudar a tomar conciencia de enfermedad y afrontar el tratamiento. En este sentido si los padres o quien esté cerca de los adolescentes nota cuestiones como: que está decaído, triste o angustiado, no come o come a escondidas, tiene altibajos en el estado de ánimo, ha perdido la comunicación o lazos
sociales, es importante que actúe realizando una consulta adecuada a fin de despejar si se trata o no de un TCA, y así colaborar en la detección precoz y detener la enfermedad lo antes posible.
Es importante trasmitir mensajes en la familia sobre las pautas que indirectamente protejan de los TCA: alimentación saludable y realizar al menos una comida en casa al día con la familia, facilitar la comunicación y mejorar la autoestima, evitar que las conversaciones familiares giren
compulsivamente sobre la alimentación y la imagen y evitar bromas y desaprobaciones sobre el cuerpo, el peso o la forma de comer de los niños y adolescentes.
(*) Psicóloga Débora Castillo, Jóvenes Salud Integral, Equipo de Trastornos de la Conducta Alimentaria. (16 años de experiencia)
DATOS
- Por cada alta médica de un paciente con anorexia, se dan hasta 10 nuevos ingresos.
- Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), nueve de cada 10 pacientes con algún trastorno de conducta alimentaria, son mujeres entre los 10 y 19 años.
- Señales de alerta sobre la presencia de algún TCA: pérdida de peso injustificada, kilos extras, y amenorrea o desaparición del ciclo menstrual durante, por lo menos, tres meses consecutivos.
También: recurrentes cambios de humor, aislamiento social, ejercitarse en exceso, síntomas obsesivos, negativa a compartir los momentos de comida con otros, gran auto exigencia, baja autoestima, aspecto triste.